sábado, 25 de mayo de 2013

STANISLAV PETROV, EL HOMBRE QUE SALVÓ AL MUNDO


En 1983 un error informático casi ocasiona el holocausto atómico. Un oficial ruso lo evitó.
Hubo un día, en setiembre de 1983, en el que la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo estuvo a punto de costarnos la vida a todos nosotros, por culpa de un fallo informático. El episodio fue mantenido en secreto hasta 1998, y si bien ya hace años que dejó de serlo, pocos lo conocen. El héroe a quien con toda probabilidad le debemos la vida es un oficial ruso de mediano rango llamado Stanislav Petrov. Los detalles, aquí.
Todo análisis de política internacional, hacia principios de los años '80 del siglo pasado, partía de asumir una realidad muy diferente a la de hoy: la de un mundo bipolar. Había dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una con un sistema político, social y económico diferente (la democracia capitalista, el socialismo de Estado) y con su propia red de alianzas militares y comerciales a escala mundial.
En la noche del 25 al 26 de setiembre de 1983, el oficial al mando era un teniente coronel de 44 años, llamado Stanislav Petrov (imagen). A las 0:15 del 26, las computadoras interpretaron un destello detectado sobre Montana, EE. UU., por uno de los nueve satélites Oko ("ojo") como señal de que un misil había sido disparado hacia la Unión Soviética. Petrov creyó que se trataba de un error: un ataque con un solo proyectil no tenía ninguna lógica. ¿Qué presidente norteamericano lanzaría un solo misil contra la URSS, sabiendo que la respuesta serían miles y miles? Petrov sabía que circulaban muchos cuestionamientos a la confiabilidad del sistema, y que la posibilidad de un fallo no era despreciable: la supercomputadora M-10 era considerada poco menos que un montón de chatarra, y no había sido reemplazada por una más potente por el embargo que los Estados Unidos había impuesto a la venta a Moscú de tecnología avanzada. Además se sabía que los satélites Oko habían sido puestos en órbita más para simular ante los norteamericanos la existencia de una sofisticada red de alerta que para organizar una defensa eficaz.

Poco tiempo después, los sistemas anunciaron que un segundo misil había sido disparado. A esta alarma le siguieron rápidamente tres más: ahora tal vez había cinco misiles viajando con su carga de destrucción hacia territorio soviético. Los radares no podían detectar blancos más allá de la línea del horizonte; para cuando estuvieran en condiciones de confirmar o negar el ataque, podría ser muy tarde como para responderlo. Petrov no tenía otra información disponible más que las cinco alertas; intuía que eran otros tantos fallos del sistema, pero ¿si no lo eran? Estaba consintiendo ni más ni menos que la devastación de su propia nación. Por otra parte, si iniciaba el procedimiento de represalia, existía una probabilidad muy elevada de que el mismo terminara desatando un contraataque total inmediato. En cualquiera de los dos casos, ello equivaldría a la muerte de millones de personas.

El aire se cortaba con un cuchillo en Serpujov-15, y Petrov estaba bajo una presión y un nerviosismo tal que no pudo volver a dormir durante varios días. Sin otra información que la que le brindaban las computadoras del búnker, Petrov, con el corazón en la garganta, decidió confiar en su intuición y avisó a su superior, el general Yuri Votintsev (a su vez encargado de despertar al Ministro de Defensa, Dimitri Ustinov) que el sistema había emitido una falsa alarma. Los cinco minutos que pasaron hasta que fue evidente que Petrov estaba en lo cierto escapan a cualquier descripción en palabras mínimamente adecuada.