En 1983 un error informático
casi ocasiona el holocausto atómico. Un oficial ruso lo evitó.
Hubo un día, en setiembre de
1983, en el que la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo estuvo a
punto de costarnos la vida a todos nosotros, por culpa de un fallo informático.
El episodio fue mantenido en secreto hasta 1998, y si bien ya hace años que
dejó de serlo, pocos lo conocen. El héroe a quien con toda probabilidad le
debemos la vida es un oficial ruso de mediano rango llamado Stanislav Petrov.
Los detalles, aquí.
Todo análisis de política
internacional, hacia principios de los años '80 del siglo pasado, partía de
asumir una realidad muy diferente a la de hoy: la de un mundo bipolar. Había
dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una con un
sistema político, social y económico diferente (la democracia capitalista, el
socialismo de Estado) y con su propia red de alianzas militares y comerciales a
escala mundial.
En la noche del 25 al 26 de
setiembre de 1983, el oficial al mando era un teniente coronel de 44 años,
llamado Stanislav Petrov (imagen). A las 0:15 del 26, las computadoras
interpretaron un destello detectado sobre Montana, EE. UU., por uno de los
nueve satélites Oko ("ojo") como señal de que un misil había sido
disparado hacia la Unión Soviética. Petrov creyó que se trataba de un error: un
ataque con un solo proyectil no tenía ninguna lógica. ¿Qué presidente
norteamericano lanzaría un solo misil contra la URSS, sabiendo que la respuesta
serían miles y miles? Petrov sabía que circulaban muchos cuestionamientos a la
confiabilidad del sistema, y que la posibilidad de un fallo no era
despreciable: la supercomputadora M-10 era considerada poco menos que un montón
de chatarra, y no había sido reemplazada por una más potente por el embargo que
los Estados Unidos había impuesto a la venta a Moscú de tecnología avanzada.
Además se sabía que los satélites Oko habían sido puestos en órbita más para
simular ante los norteamericanos la existencia de una sofisticada red de alerta
que para organizar una defensa eficaz.
Poco tiempo después, los
sistemas anunciaron que un segundo misil había sido disparado. A esta alarma le
siguieron rápidamente tres más: ahora tal vez había cinco misiles viajando con
su carga de destrucción hacia territorio soviético. Los radares no podían
detectar blancos más allá de la línea del horizonte; para cuando estuvieran en
condiciones de confirmar o negar el ataque, podría ser muy tarde como para
responderlo. Petrov no tenía otra información disponible más que las cinco alertas;
intuía que eran otros tantos fallos del sistema, pero ¿si no lo eran? Estaba
consintiendo ni más ni menos que la devastación de su propia nación. Por otra
parte, si iniciaba el procedimiento de represalia, existía una probabilidad muy
elevada de que el mismo terminara desatando un contraataque total inmediato. En
cualquiera de los dos casos, ello equivaldría a la muerte de millones de
personas.
El aire se cortaba con un
cuchillo en Serpujov-15, y Petrov estaba bajo una presión y un nerviosismo tal
que no pudo volver a dormir durante varios días. Sin otra información que la
que le brindaban las computadoras del búnker, Petrov, con el corazón en la
garganta, decidió confiar en su intuición y avisó a su superior, el general
Yuri Votintsev (a su vez encargado de despertar al Ministro de Defensa, Dimitri
Ustinov) que el sistema había emitido una falsa alarma. Los cinco minutos que
pasaron hasta que fue evidente que Petrov estaba en lo cierto escapan a
cualquier descripción en palabras mínimamente adecuada.